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El error no es estar invertido, es no entender el momento

El mercado llega al final de 2025 en un estado que, paradójicamente, combina fortaleza y fragilidad. Las bolsas cotizan cerca de máximos, los flujos hacia renta variable han sido muy intensos y el sentimiento inversor ha cruzado sin complejos al terreno de la codicia. En términos de “momentum”, el mensaje es claro con una tendencia claramente alcista. 

En términos de riesgo, la lectura es mucho más matizada.

Lo llamativo de este ciclo no es tanto la subida, sino la capacidad del mercado para seguir avanzando incluso en un entorno que, objetivamente, no es benigno. A pesar de tensiones geopolíticas, déficits elevados, inflación estructuralmente más alta y un debate creciente sobre la calidad de los datos macro, los activos de riesgo han seguido funcionando. Para muchos inversores, la conclusión es casi automática: mientras haya liquidez, el mercado aguanta. Y, de momento, esa liquidez está ahí.

La política monetaria se ha vuelto claramente acomodaticia, no tanto porque los datos lo exijan, sino porque el sistema parece incapaz de tolerar tensiones prolongadas. Incluso con inflación todavía por encima de los objetivos oficiales, los bancos centrales han optado por recortar tipos y volver a expandir balances, justificándolo en la necesidad de evitar dislocaciones en los mercados monetarios. Al mismo tiempo, la política fiscal no compensa ese impulso, sino que lo refuerza, manteniendo déficits elevados y añadiendo presión estructural a los precios.

Este entorno ha sido históricamente favorable para los activos financieros, y el mercado lo sabe. De ahí los flujos masivos hacia ETFs de renta variable, la reducción de coberturas de volatilidad y la sensación generalizada de que “el riesgo está controlado”. El problema es que cuando esa percepción se instala de forma unánime, el margen de error se estrecha.

Las métricas de sentimiento no indican necesariamente un giro inmediato, pero sí un cambio claro en la asimetría. El potencial adicional de subida a corto plazo es limitado frente al riesgo de correcciones tácticas más profundas. No hablamos de un final de ciclo clásico, sino de un mercado que empieza a descontar un escenario demasiado benigno en relación con los riesgos que se acumulan por debajo.

Y esos riesgos no son menores. La gran amenaza no es una recesión convencional, sino una combinación mucho más incómoda con un crecimiento debilitándose mientras la inflación permanece elevada. Un escenario de este tipo obliga a convivir con tipos reales exigentes, presión sobre márgenes empresariales y un encarecimiento progresivo del capital, incluso aunque los tipos oficiales bajen. El comportamiento de la parte larga de la curva de tipos ya apunta en esa dirección pues el mercado de bonos no compra la narrativa de inflación controlada.

Hasta ahora, las empresas han logrado absorber parte del impacto sacrificando márgenes. Pero esa capacidad no es infinita. Conforme avanzamos hacia 2026, el traslado de costes al consumidor será más difícil y el deterioro del crédito empezará a ser visible, primero en los segmentos más débiles y luego, de forma más amplia. Los spreads siguen estrechos, pero lo hacen sobre una base de endeudamiento creciente, lo que incrementa la vulnerabilidad del sistema ante cualquier desaceleración.

Nada de esto invalida el hecho de que el mercado siga siendo alcista. El error sería interpretar esa fortaleza como ausencia de riesgo. La historia demuestra que los periodos de mayor complacencia suelen coincidir con momentos en los que la gestión activa del riesgo marca la diferencia entre preservar capital o perderlo innecesariamente.

Entramos en 2026 con un mercado sostenido por liquidez, confianza y “momentum”, pero también con desequilibrios claros en política económica, inflación y crédito. Para el inversor, el reto no es adivinar el próximo movimiento, sino seguir participando en la tendencia sin renunciar a la disciplina. Porque cuando el mercado deja de premiar la codicia, lo hace sin previo aviso.

Así está el tablero. Y es ahora cuando conviene jugarlo con cabeza.

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