La recuperación que había exhibido la economía de Estados Unidos durante buena parte de mayo y junio quedó ya fuera de foco. Desde los últimos días de junio, y durante todo el mes que termina, la crisis se ha ampliado a niveles poco imaginables, como consecuencia de la expansión del virus, sobre todo en los estados del sur y el oeste de país.
El PBI del segundo trimestre, conocido el jueves por la mañana, dio una muestra de ello. Una retracción interanual del 32.9% no podía estar en los planes de nadie apenas un semestre atrás y, con todo, se lo tomó como una noticia no tan negativa, siendo que los pronósticos de la última semana apuntaban a una caída de más del 35% en el período.
El dólar no está ajeno a la situación actual. Su caída luce lógica en el contexto en que se ha movido el mundo en los últimos 30 días, y podría haber sido peor, si no fuera que en el resto del mundo las cosas no van mucho mejor. La Fed dio a conocer el miércoles su quinto comunicado de política monetaria del año, y tanto el texto oficial como la posterior conferencia de prensa del presidente Jerome Powell no dejaron dudas: aunque se emitan dólares por toneladas, la situación solo estará controlada si el virus deja de expandirse.
Si a esto se suma que el escenario político también luce muy complicado, el dólar no puede menos que comportarse como lo está haciendo. El presidente Trump ahora tiene como idea postergar las elecciones previstas para noviembre próximo, con el argumento de que serán fraudulentas. Si quiso ocultar la cifra de PBI, la jugada no fue buena. Solo recibió críticas, y los mercados respondieron con bajas fuertes, que se moderan sobre el final de la semana.
Ya “sobran” más de 7 billones (millones de millones) de dólares, emitidos en los últimos meses, en diversos planes implementados tanto por la Fed como por el Congreso. Y se espera que, negociaciones mediante, se lance al circuito económico otro billón durante las próximas semanas, en una vorágine increíble. La emisión de dólares parece haberse convertido en un deporte nacional en Estados Unidos, y tamañas medidas solo lo hacen caer cada día un poco más.
Europa tiene lo suyo. Con menor espectacularidad, y con su habitual lentitud para decidir, en medio de negociaciones eternas y con Angela Merkel destrabando, como siempre, los conflictos internos, la Unión Europea decidió emitir 750 mil millones de euros, que en parte limitarán un alza más punzante del euro. Sin embargo, nada parece impedir que se acerque a 1.2000 en pocos días (ya tocó 1.1907 en el máximo del viernes).
También la libra esterlina aprovecha la caída del dólar, y se acerca a 1.3250, donde técnicamente dejó un gap a inicio de enero pasado. No pasará mucho tiempo hasta que este sea cubierto.
El yen también se muestra fuerte, con máximos de febrero, que serían máximos desde noviembre de 2016 si la crisis de febrero no hubiera existido. La moneda nipona se comporta en línea con el resto de las monedas líderes, y probablemente así siga un buen tiempo. Nada es eterno en los mercados, y por supuesto el dólar dejará de caer en algún momento, sobre todo cuando se tome conciencia de que no solo hay emisión enloquecida en Estados Unidos.
La estrella de la semana, y tal vez del mes, es la onza de oro. Al amparo de esta lluvia de dinero, el metal precioso alcanzó varios máximos históricos, que lo ponen a las puertas de superar la emblemática cota de 2000 dólares. Buen negocio fue el oro en los últimos tiempos. En un año ganó 615 dólares por onza. Y va por mas.
La semana próxima es clave. Los datos de manufacturas, servicios y empleos acapararán la atención de los inversores, y pondrán en blanco y negro la situación actual. Si julio fue tan negativo como parece, quedará reflejado en estos datos, algo que ya parecen anticipar las peticiones de subsidio por desempleo y el índice de confianza del consumidor. Como sea, el dólar puede sufrir más golpes. Al menos hasta que la tormenta pare.
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