La asunción de Joe Biden como presidente de Estados Unidos fue el punto de euforia máximo para la bolsa de Nueva York. Las reiteradas promesas del nuevo mandatario acerca de planes de estímulo gigantescos, una modalidad que retomó la Fed en 2009 con cierto cuidado, y que ahora se ha hecho una costumbre en todo el mundo, le dieron a las acciones principales un impulso inédito. Los índices bursátiles de Wall Street llegaron reiteradamente a máximos históricos, u la expectativa creció hasta unas horas después del juramente de Biden.
Pero esa euforia tiene un límite. La colocación de dinero en el circuito es como un balde sin fondo. Nunca habrá dinero que alcance si no se lo limita, y tanto el gobierno de Trump, como la Fed, han hecho de estas inyecciones de dinero una costumbre que Wall Street festejó desde mediados de marzo pasado, cuando el titular de la Fed, Jerome Powell, habló de estímulo ilimitado. Puntualmente, desde el 24 de marzo, las correcciones bajistas fueron aisladas y sin demasiadas consecuencias, hasta ahora.
El dólar, lógicamente, cayó en casi todos los frentes. La pregunta es hasta cuando puede durar esta situación. El billete se mostró errático en los primeros días del año, en línea con el opaco final de la presidencia de Trump, aunque los incidentes en el Capitolio y una serie de desórdenes verbales por parte del expresidente no lograron conmover a los mercados.
El divorcio entre la bolsa y la economía es total, y aunque esta última vuelve a dar señales claras de debilidad en varios campos, en especial en lo referido al mercado laboral, las acciones brillan como en los mejores días.
En conjunto, todo esto puede estar anunciando que cualquier señal de disgusto puede provocar un cambio de humor. Estos cambios, que suelen producirse luego de máximos o mínimos relevantes, no avisan, y los precios cambian de dirección a velocidad supersónica. ¿Estaremos a la puerta de algo así? Es probable, aunque no hay por qué pensar en un cambio de tendencia de mediano plazo, y sí en una corrección bajista que ya a esta altura se torna inminente.
El euro coqueteó en estos días con 1.2200, pero no pudo llegar muy lejos. Pese a que los datos de Alemania no fueron malos, tampoco crecieron demasiado, y el peso de la pandemia es demasiado para una moneda que solo se sostiene en los niveles actuales por la debilidad del dólar.
La libra esterlina fue un poco más allá, y alcanzó máximos de abril de 2018. El cierto alivio que provocó la definición del Brexit, que en definitiva está generando, como se esperaba, más problemas que soluciones a los británicos, se vio compensado con los anuncios de nuevas restricciones a la circulación por parte del gobierno de Boris Johnson, lo cual limita a la libra para buscar nuevos máximos. A la vez, los datos de manufacturas e ventas minoristas no la ayudaron. Es probable que veamos un retroceso de la libra durante la semana próxima, sobre todo si la situación sanitaria no mejora.
El yen dio muestras de fortaleza, y comenzó a flaquear sobre el cierre de la semana. Otra vez la zona de 104.00 aparece cercana, y en esta oportunidad puede quebrarla. Si supera, puntualmente, 104.50, el camino le quedará despejado al dólar buscar máximos de relevancia. La sobre compra del yen fue muy notoria, y solo la caída del dólar lo llevó a 103.30 en su mejor precio de la semana.
La onza de oro, muy irregular, no logró hacer pie, y su destino de corto plazo luce incierto. Si logra superar 1875 dólares, la zona de 1900 dólares, que supo quebrar en los primeros días del mes, podría aparecer rápidamente en la mesa. De lo contrario, el quiebre de 1800 estará cercano durante los próximos días.
La primera reunión de política monetaria de la Fed tendrá la atención de los mercados la semana próxima. No habrá cambios de tipos de interés, pero tampoco de formas en el comunicado oficial. Powell y el Comité no tienen mucho que hacer, más que seguir poniendo dinero, y esperar que el gobierno también lo haga. Los discursos de Powell ya suenan repetidos, y tal parece que la emisión de dólares le queda cómoda a todos, comenzando por el propio Powell, y siguiendo por el gobierno.
Cuesta entonces creerle a Janet Yellen cuando dice que los tipos de cambio debe fijarlos el mercado. Si bien puede haber sido un mensaje para los demás bancos centrales, que se pelean por ver quien devalúa más y a mayor velocidad, Yellen sabe que esta montaña de dinero tiene consecuencias. Y no es solo la devaluación del dólar.
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