Análisis

Un Brexit que no es Brexit, una libra que no tiene paz

Llegó la semana esperada. La semana en la que, después de casi tres años de negociaciones, versiones, noticias falsas, viajes a Bruselas, discursos ampulosos, debería ejecutarse la salida de Reino Unido de la Unión Europea.

La idea, que surgió de un trasnoche de David Cameron, entonces Primer Ministro, que trató de suavizar un conflicto interno de su partido con un referéndum que ratificara la voluntad de los británicos de permanecer en la Unión, derivó en un escándalo de proporciones, que está cerca de su desenlace.

La actual Premier, Theresa May, quiere y no puede conformar a nadie. Supuestamente, May es la primera opositora al Brexit, pero dice actuar en nombre de una voluntad popular que sin dudas cambió en los últimos meses, cuando los votantes fueron asumiendo los costos de haberse metido en una aventura sin sentido. Por si necesitara alguna prueba adicional de ello, más de un millón de votantes firmaron un petitorio para eliminar directamente al Brexit.

Si tiene lugar la postergación hasta el 22 de mayo, que es la última noticia respecto a este evento, nada cambiará. Solo se extenderá el escándalo por dos meses, y la libra seguirá bailando de un lado a otro sin dirección.

Con todo, demasiado bien le ha ido a la moneda británica. Hay que recordar que en una de las manipulaciones más burdas de precios de los últimos años, la libra cayó de 1.1500 en octubre de 2016, en una noche de escaso volumen que tres bancos aprovecharon, y que luego de pusieron el nombre “cool” de flash crash.

Si el Brexit es finalmente el Brexit, y la salida comienza a carcomer los cimientos de la economía británica, la libra se desplomará sin que haya nombres ampulosos de por medio. Tal vez, sea la consecuencia más benigna de la crisis que viene.

El euro mira de costado pero sin querer se encuentra involucrado en la contienda. Vuelve a caer de 1.1300 sobre el cierre del viernes, cuando parecía que se escapaba a 1.1500 con los anuncios del miércoles de la Fed. Pero el hecho de que el PMI de manufacturas alemán haya arrojado sus peores cifras en 7 años no es gratis. La Eurozona vuelve a estar en crisis, y Mario Draghi y sus muchachos lo notaron rápido: otra vez habrá estímulo para una economía que fue incentivada muy tarde, y a la cual se le retiró ese incentivo muy temprano. Si hubiera que apostar por el euro o por el dólar para los próximos días, el dólar parece un ganador seguro.

El yen y el oro vuelven a mirar con atención lo que sucede. Con el Brexit al rojo vivo, la guerra comercial muy callada y sin avances, ambos activos comienzan a desperezarse y a mirar sus objetivos alcistas inmediatos. El del yen aparece cerca, en 110; el de la onza, arriba de 1.321 dólares.

El comunicado de la Fed antes mencionado no dejó dudas: Powell y el resto del Comité apuntan a una baja en la economía estadounidense, tal vez siguiendo los pasos de la Eurozona. Precavidos ante un Brexit cuyas consecuencias se desconocen, y con Trump más imprevisible que nunca, se apuraron en avisar que no habrá alzas de tipos este año, y con suerte habrá una en 2020. El dólar cayó, pero no tanto como podía esperarse.

Al margen del acontecimiento del Brexit, el PBI de Estados Unidos, el índice de confianza del consumidor, y el anuncio de política monetaria del Banco de Nueva Zelanda son los eventos a seguir. Estamos ante una semana que podría quedar en el olvido, si no fuera que Reino Unido, la sexta economía del mundo, puede dejar de serlo en cuestión de meses.

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