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Análisis

La fe como colateral y la nueva economía del apalancamiento

“Vivimos una era donde el crecimiento se sostiene sobre deuda, y la deuda sobre fe. Fe en que los beneficios futuros justificarán los riesgos presentes, fe en que el crédito seguirá fluyendo, aunque el pulso del mercado se acelere. En 2025, esa fe atraviesa tres planos distintos pero conectados. De un lado las grandes tecnológicas endeudadas para construir la inteligencia artificial, de otro los consumidores desencantados que miran con escepticismo al gobierno, y, finalmente, unos mercados que amplifican sus movimientos mediante productos apalancados.

Las grandes tecnológicas, desde Meta hasta Alphabet, ya no financian la expansión de la IA con su flujo de caja, sino con deuda. Han decidido apalancar sus balances, lo que algunos analistas llaman un “leveraged buildout”. En apariencia, nada malo, pues pocas entidades tienen mejor crédito que ellas. Pero cuando la deuda crece más rápido que los ingresos, incluso los gigantes se vuelven sensibles al ciclo. El coste de endeudarse sube, los diferenciales se ensanchan y, al final de todo esto, los bonos de las tecnológicas ya reflejan tensión. No es una señal de colapso, pero sí un aviso pues el futuro de la IA se construye a crédito, y ese crédito es una expresión de confianza mutua entre el prestatario y el prestamista. El problema no es la deuda, sino qué pasa cuando la fe en devolverla empieza a flaquear. De momento, no hemos llegado a ese punto, pero será uno de los factores a vigilar muy de cerca.

Mientras tanto, al otro lado del espejo, el consumidor americano se desinfla. El índice de confianza de la Universidad de Michigan cayó este mes a 50,3, un nivel que roza los mínimos de 2022. Bajo el gobierno de Trump y con el país paralizado por un cierre federal prolongado, el descontento es transversal y afecta a todas las edades y rentas. Solo un grupo mantiene el ánimo, aquellos que tienen su dinero en bolsa, que utilizan parte de las ganancias generadas para mantener su nivel de vida. Los demás, sin embargo, viven en una realidad donde la incertidumbre se siente en la cesta de la compra y en el ánimo diario. La inflación a largo plazo, todavía en el 3,6%, mantiene la sensación de que el sistema no corrige sus excesos, solo los disfraza.

Y mientras la política patina y la macro se enfría, el mercado se mueve por inercia propia. El auge silencioso de los ETFs apalancados ha multiplicado por siete sus activos en la última década. Son productos que, por diseño, amplifican cada movimiento, comprando cuando el mercado sube y vendiendo cuando baja. Esa mecánica convierte las jornadas bursátiles en un espejo que se retroalimenta, donde cada rebote o caída se multiplica al cierre. Detrás de esa danza hay un cambio estructural pues parte del capital que antes financiaba deuda pública ahora se ha desplazado hacia la renta variable apalancada, tensionando la liquidez. El mercado, literalmente, se financia a sí mismo.

De un lado, las empresas se endeudan para sostener la promesa del futuro. Del otro, los hogares pierden confianza en el presente… y entre ambos, los mercados juegan con fuego financiero, amplificando cada impulso. Es la economía del apalancamiento, un sistema donde la deuda no es una anomalía sino el motor. Donde el crédito se convierte en narrativa y la narrativa, en combustible.

Así las cosas, el riesgo no está en que la deuda crezca, sino en que la fe que la sostiene empiece a quebrarse. Porque el apalancamiento no discrimina, sino que acelera la prosperidad cuando el futuro parece cierto, pero también precipita la caída cuando la convicción desaparece.

Y esa frontera hoy se siente peligrosamente cerca”.

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