Análisis

La bolsa y una baja anunciada

Termina una semana signada por el desplome de la bolsa de Nueva York. Uno más, en medio de una caída fenomenal de las acciones, con los operadores comenzando a situarse en la realidad. Muchos creen que las acciones están muy bajas, y los índices tienen un piso cercano. Convendría revisar los precios de mayo de 2008, es decir, de 15 años atrás, cuando los planes de estímulo aún no estaban en marcha, y había 10 billones de dólares menos en circulación.

La Fed ni siquiera comenzó a recortar ese enorme balance. Solo subió la tasa de interés al 1%, y prometió llevarla al 2% en julio, es decir, más de 6 puntos porcentuales por debajo de la inflación, y solo con eso generó esta debacle de la bolsa. Tal es el grado de burbuja creada desde 2009, cuando el expresidente Bernanke, en sociedad con Gordon Brown, entonces ministro de Finanzas de Reino Unido, decidieron salvar al circuito financiero de otra explosión, con el gobierno de Obama recién estrenado.

Durante los siguientes años, la simpatía de Obama, y la flexibilidad de Janet Yellen, extitular de la Fed y actual secretaría del Tesoro, lograron estabilizar la economía, pero sobre todo inflar una burbuja que siguió aumentando durante el gobierno de Trump a fuerza de tasas bajas y quita de impuestos a las empresas, y que se hizo más grande aún con el inicio de la pandemia, y el recordado anuncio de “estímulo ilimitado” de Jerome Powell. Pasan los años, los gobiernos cambian de color, pero la comodidad de emitir dinero para tapar problemas más grandes se mantiene.

El mismo Powell que hace poco decía con cierto desgano que la inflación era un fenómeno transitorio (al 6% interanual) cambió diametralmente su discurso, para mostrarse duro y preocupado con la inflación al 8%. 

Ahora promete hacer lo que debió comenzar a hacer en forma lenta el año pasado, cuando la cadena de suministros comenzaba a tener problemas gruesos por la demanda de bienes y servicios pospandemia, y el aumento del costo la energía ya aparecía como un problema de difícil solución.

Claro, no contaba con que en febrero se desataría una guerra demencial cuyo final ni siquiera aparece en la imaginación de nadie, y que la energía se dispararía geométricamente. Ahora no tiene más alternativa que sumir al país en recesión, subiendo la tasa a las apuradas, con una inflación récord en 40 años, y sin soluciones a la vista. Vaya labor la de Powell, que fue premiado con su reelección por un gobierno que no encuentra una alternativa mejor, y que elige un camino paralelo al de la Fed: enviar cheques a mansalva. Si el amigo lector no le encuentra motivos a “La Gran Renuncia”, ahí los tiene más claros.

La baja de la bolsa por ahora no tiene final cercano. Pueden recuperarse las acciones, por supuesto, pero sus respectivas tendencias, con el dólar más caro, seguirán a la baja durante un buen tiempo. Salvo que Powell y su Comité evalúe que es mejor tener inflación que recesión, y vuelvan a su estado anterior.

Desde ya, el dólar tiene motivos para festejar. El euro no logra hacer pie, y no lo hará mientras el Banco Central Europeo siga pensando que hacer con una inflación en máximos de varias décadas. La libra esterlina sigue al euro, aunque su destino parece tener algún aliciente alcista, con el Banco de Inglaterra aumentando la tasa en cada reunión, y pese a los pronósticos apocalípticos de Andrew Bailey, su gobernador.

El yen baila al compás del petróleo y el gas, y no le está siendo fácil retornar después de llegar a mínimos de 20 años. Con todo, es la moneda que luce con mayor potencial alcista en los próximos meses.

 

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